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Alma Delia Murillo

27/09/2014 - 12:00 am

El amor en los tiempos del gel antibacterial

He concebido una idea millonaria: una póliza de seguro contra la realidad. Anticipo que tendría miles de clientes porque intolerantes a la realidad hay por montones en estos tiempos en que lloriqueamos por todo y que, además, estamos convencidos de ser la especie superior de cuantas habitan el Universo. Advertencia primera: me voy a poner […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer beco B3cocom

He concebido una idea millonaria: una póliza de seguro contra la realidad.

Anticipo que tendría miles de clientes porque intolerantes a la realidad hay por montones en estos tiempos en que lloriqueamos por todo y que, además, estamos convencidos de ser la especie superior de cuantas habitan el Universo.

Advertencia primera: me voy a poner escatológica; en este texto hablaré de mocos, caca, babas y escupitajos. Para los que prefieran ahorrarse el momento de mal gusto.

Es que pareciera que a muchos contemporáneos y, sobre todo contemporáneas, se les borró todo lo que ya sabíamos sobre el cuerpo humano y se regresaron a unos niveles de ignorancia tan oscuros e ignominiosos que sólo pueden ser dignos de la Edad Media.

Así que no nos vendría mal recordar algunos principios científicos.

Ahora encuentro oportuno hacer la segunda advertencia: me referiré a la vida humana sin consideraciones de tono rosa milagro o memes románticos de Facebook porque creo que es importante que no olvidemos que formamos parte de una especie animal inacabada y defectuosa.

Sobre aviso no hay engaño, como dijo el poeta, sigo.

Primer hecho irrefutable: es imposible esterilizar el ambiente. Repito, fanáticos del gel antibacterial, es imposible esterilizar el ambiente.

La ignorancia, igual que el medio ambiente, son los caldos de cultivo más fértiles para concebir abundancia de prejuicios, en un caso, y de organismos vivos en el otro. Y no hay manera de cambiarlo.

Desde aquel abril del año 2009 cuando la epidemia de influenza H1N1 paralizó al país y agilizó el crecimiento en ventas de las marcas de geles antibacterianos (que es la palabra correcta) desinfectantes y toallitas limpiadoras; salió a flote, más que nuestro miedo, nuestro desconocimiento rampante, intolerancia y neurosis.

Una amiga que visita a otra para conocer a su bebé y recibe un bote de gel pues debe “desinfectarse” las manos antes de tocarlo es una imagen recurrente, hace poco alguien me contaba que le había ocurrido precisamente eso.

Los mentados geles además vienen en una botella de PET, mismo material que se utiliza para envasar el agua y los refrescos entre muchas otras bebidas. En el mundo, hoy eficientísima fábrica de basura, producimos alrededor de 15 millones de toneladas de botellas de PET al año, de las cuales, sólo el 20% se recicla. México es, por cierto, el país que ocupa el puesto número uno en consumo de botellas de PET, poco más de 5 botellas por cada mexicano al día y al año tiramos a las calles más de 90 millones de envases de plástico.

Y el PET tarda 500 años o más en degradarse.

Chingadamadre, y yo que siempre ando cargando mi botellita de agua en lugar de tomarla del filtro.

¿Sigo? En otros tiempos comer un plátano generaba basura: la cáscara y la caca, la nuestra.

Hoy resulta que el plátano, si viene deshidratado o frito, por ejemplo, está envuelto en un papelito blanco que absorbe la grasa y que, a su vez, está recubierto de plástico para mantenerlo fresco, plástico que, a su vez, está contenido en una caja de cartón que, por la exclusiva razón de mantener bonitos los colores y el logo de la marca, vendrá forrada con otra fina capa de plástico transparente. Es más o menos la misma historia con todo lo que comemos: galletas, panes, embutidos, bolsitas de té, chicles, lo que sea. Por cada unidad de alimento, generamos al menos tres unidades de basura.

Y mierda, claro, esa también la seguimos produciendo. Sólo que ahora en cantidades inconmensurables porque somos muchos y cada vez seremos más pues tenemos las dos llaves chorreando a borbotones: la de la natalidad que no para de crecer porque nos las hemos ingeniado (y seguiremos) para propiciar embarazos y partos logrados, logradísimos o multi logradérrimos y, al mismo tiempo, seguimos intentando lo imposible para alargar el tiempo promedio de vida.

Sí, ódienme.

Segundo hecho irrefutable: somos la única especie que, siendo mamíferos, nos reproducimos como virus. Porque los otros mamíferos se extienden o se extinguen en función de los recursos del entorno y pueden aislarse o detener la reproducción si el entorno así lo dicta; es decir, se reproducen conservando un delicado pero eficiente equilibrio con el medio que los rodea.

Nosotros sobrevivimos extendiéndonos hacia toda área hasta que agotamos los recursos, los adaptamos para consumirlos y devastamos el ambiente, así somos.

Cada vez acaricio más el pensamiento de que los seres humanos somos, en el orden del Cosmos, una enfermedad, células infectadas que proliferan de manera exponencial. Este no es un hecho irrefutable, es mi muy desagradable interpretación. Ya sé, ódienme más.

Y a pesar de todo, el cuerpo nos da urticaria, arrugamos la nariz y decimos qué horror cuando alguien tose, moquea o carraspea, cuando no hay suficientes servilletas en la mesa o los baños del aeropuerto no huelen a flores de lavanda esparcidas por las ninfas del bosque.  Nos da asco probar directamente del plato o el vaso de otro y si encontráramos la forma de suprimir las glándulas sudoríparas, allá iríamos con tal de hacernos realmente antitranspirantes aunque ello atentara contra la salud.

El cuerpo nos resulta incómodo, inadecuado, molesto: sucio. Y casi todo lo que hacemos para que esté “limpio” no hace más que ensuciar y contaminar el ambiente.

Una contradicción pura, esa sí.

Tercer hecho irrefutable: las ideas no pueden detener a la realidad porque la realidad es, no se le puede poner un candadito a la vida y pretender que con eso se quede quieta.

Cuarto hecho irrefutable: la potencia de la vida que germina en este planeta se alimenta, sobre todo, de lo que no es aséptico.  Y para muestra un botón; los encuentros sexuales, punto de partida para la reproducción, son todo menos impecables. No quiero ni pensar cómo harán las buenas samaritanas que en lugar de regalar agua reparten toallitas desinfectantes a la hora de entregarse a los placeres carnales con sus parejas, ¿les untarán gel sanitizante de pies a cabeza a sus respectivos antes de permitir el primer beso o arrimón de genitales?, ¿serán amantes generosas o generosos quienes no toleran la realidad?

Y como no hay quinto malo, me despido con el último hecho irrefutable:

se ven muy pinches feas las personas cuando fruncen el gesto como si cualquier ser humano a su alrededor atentara contra su pureza y, además de feas, se ven ridículas poniéndole cara de asco a la vida.

@AlmaDeliaMC

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